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Jorge Zepeda Patterson

22/01/2017 - 12:05 am

La peligrosa jactancia

El Trump Presidente se mostró mucho más nacionalista que conservador, más incluso que el Trump candidato. He infinitamente más populista.

El Trump Presidente se mostró mucho más nacionalista que conservador, más incluso que el Trump candidato. He infinitamente más populista. Foto: AP
El Trump Presidente se mostró mucho más nacionalista que conservador, más incluso que el Trump candidato. He infinitamente más populista. Foto: AP

Una cosa hay que concederle a Trump: nunca nos defrauda aunque sea por las peores razones. No importa las circunstancias, siempre es fiel a su personaje ignorante, agresivo, narcisista, exhibicionista. Trump asumió su edición más pendenciera incluso en su toma de posesión el viernes pasado, a pesar de que la tradición dicta hacer un discurso a favor de la unidad para dejar atrás las diferencias partidistas y comenzar a cicatrizar las heridas que dejan las duras campañas electorales. Lejos de ello, en su mensaje al mundo destiló una versión concentrada de reclamos y agravios a todos los que no son como él y lanzó una serie de amenazas a los peligros reales o inventados.

Adiós a la esperanza de que el ardoroso candidato atemperara sus odios una vez que pisara la Casa Blanca. Por el contrario, yo diría que el discurso del viernes revela a un Trump en estado puro y doctrinario. Relevado de la tarea de atraer votos de los simpatizantes republicanos y sus variados intereses, sus tesis quedan ahora despojadas de adornos. Y lo que queda es aún más preocupante.

El Trump Presidente se mostró mucho más nacionalista que conservador, más incluso que el Trump candidato. E infinitamente más populista. Una y otra vez habló de su gobierno como una expresión del pueblo y/o los ciudadanos, en contraposición al dañino status quo o al despreciable tejido institucional. Sin el menor empacho se dijo representante de los abandonados y los desamparados, aunque haya conformado un gabinete de multimillonarios y miembros de la élite representativa de los privilegiados por el sistema.

La historia muestra que esta mezcla de populismo y nacionalismo conforman un cóctel explosivo, sea de izquierda o de derecha. Algunos analistas han encontrado en este discurso de Trump algunas resonancias de la narrativa utilizada por Hitler, pero lo mismo podría decirse de Mussolini o de Chávez. Su versión apocalíptica del estado de cosas (para él Estados Unidos se encuentra en el peor de los abismos, pese a que las cifras digan lo contrario), su obsesión por devolver a América su grandeza (haciendo recordar los llamados al Tercer Reich), su convicción de que él encarna los intereses del pueblo legítimo y verdadero, su insistencia en mostrar y denunciar a los culpables de los males del estadounidense de a pie.

Y quizá esto último es lo más preocupante. Un dirigente que apela a la mancuerna doctrinaria de nacionalismo y populismo necesita antagonistas para justificar sus acciones y para mantener vivo el apoyo de sus bases. Hitler satanizó a los judíos y a las potencias extranjeras; Mussolini a la oligarquía italiana; Chávez al imperialismo yanqui.

Esto significa que Trump no va a dejar en paz a México, a China, al multilateralismo de Europa, al radicalismo islámico. Por lo menos no en términos narrativos. Entiende que su liderazgo es una hoguera que requiere permanentemente del combustible de la confrontación de los enemigos del pueblo.

Desde luego que Estados Unidos no es la Alemania o la Italia de los años treintas o la Venezuela de los últimos lustros. Esta narrativa del odio y las agresiones se verá matizada por los contrapesos institucionales y los muchos intereses económicos que favorecen la globalización y que resultan dañados por el proteccionismo que pregona el nuevo presidente.

De lo anterior se desprende que la mejor estrategia que puede seguir el gobierno mexicano no reside en la capitulación o la generosidad unilateral. Mostrar aquiescencia ante Trump con la esperanza de que eso suavice su agresividad es una idea peregrina. Ya se vio en su visita a Los Pinos cuando era candidato, una concesión política de Peña Nieto desproporcionada y ventajosa para el republicano quien, no obstante, horas más tarde arreció en sus amenazas a México.

No, el país tendría que dar por descontada la belicosidad de la nueva Casa Blanca y actuar en consecuencia. Esto significa dos cosas: por un lado, no ponérselo fácil a Trump, no ceder a sus presiones y en todo caso elevar la factura política y económica para Washington, a costa incluso de tomar decisiones difíciles que entrañen sacrificios.

Y, por otra parte, conducir una hábil estrategia de alianza y fortalecimiento de todos los contrapesos que enfrenta Trump dentro de Estados Unidos y en el ámbito internacional. Para ello habría que opera sin tapujos ni reservas los cabildeos, los pactos y los acuerdos que se requieran.

Lo peor que podemos hacer es apostar a la capacidad de Videgaray para seducir al círculo cercano de Trump o a acciones como ceder la extradición de “El Chapo” Guzmán a cambio de nada. Al entregar al capo en señal de buena voluntad tiramos a la basura una importante carta de negociación. Sirvió lo mismo que los regalos de Moctezuma a Hernán Cortés destinados a evitar el ataque a Tenochtitlán. Por desgracia eso no tendría porque saberlo Enrique Peña Nieto.

 

@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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